viernes, 20 de marzo de 2009

MEDELLIN SE DESANGRA

En Medellín hay una guerra armada oculta, escondida, desalmada y de las más altas connotaciones bélicas para la sociedad y para los ciudadanos que cada vez tienen más miedo frente a la difícil situación de orden público que aqueja a la ciudad.

Aunque las autoridades locales (actuales y anteriores) no reconocen lo que está pasando y al contrario pretenden maquillar la realidad, en Medellín la situación de orden público está desbordando los límites en los que se puede mantener oculta y poco a poco empiezan a aparecer en los medios, vestigios de lo que se mueve "por debajo" de lo público. Panfletos con amenazas, sicarios en las calles, enfrentamientos armados en los barrios, un mercado creciente de estupefacientes a toda escala, desde toneladas que van y vienen, hasta cientos de dosis personales que son distribuidas por jíbaros en reconocidas zonas del centro y en casas de vicio de los barrios, dejan ver que por mucho que se diga que no, la verdad es que el problema está tomando dimensiones alarmantes.

Medellín tiene un pasado trágico, desastroso y doloroso de violencia y muerte. Conflicto que en gran medida ha sido financiado por el narcotráfico y ejecutado por las facciones urbanas de la guerrilla, los paramilitares y las bandas y combos denominados de delincuencia común. En esas épocas de guerra miles de personas murieron y desaparecieron, otras tuvieron que desplazarse al interior de la ciudad o irse lejos para salvar sus vidas. Las historias más desgarradoras ocurrieron hace apenas 20 años. Muchos medellinenses recuerdan la época de Pablo Escobar y la retoma de algunas zonas de la ciudad como Aranjuez, Santa Cruz y los Populares a manos del ejército, comandado en ese entonces por el general Harold Bedoya. La leyenda urbana habla de que instituciones como el colegio Gilberto Alzate Avendaño, era la escuela de los sicarios de Pablo y que allí muchachos de 13 o 14 años iban clase armados y que había patios que eran propiedad de ciertos grupos, como lo son ahora las cárceles. En ese entonces también se enfrentaban a bala al estilo de cárceles como Bellavista. La única diferencia era que no había presos y guardianes, sino estudiantes y profesores. En esa época el ejército se apoderó de las terrazas de las casas y hacía allanamientos diariamente, donde encontraban toneladas de armas en los barrios. También encontraron pillos por doquier y cuenta la gente que muchos de ellos fueron acribillados en la calle y tirados al río Medellín. La orden era clara, limpiar, y lo estaban haciendo. Claro, el terrorismo del narcotráfico superaba con creces esa supuesta crueldad del ejército.

Hechos más recientes aún no se borran de la memoria de la ciudad y del país. La comuna 13 también fue recuperada a sangre y fuego por el ejército y hoy se habla de todos los excesos de esa retoma. Esa comuna era un nido de delincuentes, un territorio perdido, el bajo mundo en medio de la ciudad y por algún tiempo se logró recuperar.

El origen del problema ahora es el mismo. Un capo del narcotráfico, un grupo de traquetos que pretenden controlar ciertas zonas de la ciudad para servir a los intereses de ese capo y otra serie de narcotraficantes que quieren parte de la torta al precio que sea. No precisamente dinero, sino toda la violencia que sea necesaria para imponerse y quedarse con todo.

De nada sirve negar y desestimar la amenazas, recoger los muertos en tiempo récord (antes se demoraban hasta cuatro horas, hoy lo hacen en menos de media) y ocultar la información a los medios de comunicación, si en la práctica, en la vida real, en el colectivo, en el barrio, los hombres armados, los que extorsionan y matan, hacen de las suyas. Hacía mucho tiempo no se escuchaba de enfrentamientos con armas de fuego en los barrios y ahora han vuelto, por muchos días la gente no temía salir a la calle y ahora prefieren evitarlo. Aquí están matando diariamente entre 10 y 15 personas, lo que habla de que la guerra ha vuelto, de que el Estado no puede seguir en una burbuja diciendo que no pasa nada, que las amenazas son basura y que los enfrentamientos son mentira, porque no figuran en las estadísticas. Mientras tanto, mientras se le vende una imagen errónea al mundo de un remanso de paz, en las zonas dónde no van los extranjeros, en los barrios populares, en Manrique, Aranjuez, Santa Cruz, Robledo, Belencito y muchos otros, todos los días intimidan, amenazan, extorsionan y matan. Todos los días por las calles corre la sangre de personas que en la mayoría de los casos no superan los 30 años y que se están matando porque les ofrecieron un millón de pesos, un revólver y una moto. Y la razón de por qué aceptaron ese "trabajo" es simple: el Estado no fue capaz de ofrecerles un empleo digno en el que al menos les pagaran el mínimo.

Medellín se desangra, porque no hay otra posibilidad. El narcotráfico ha vuelto a sembrar el terror y los muchachos que son reclutados, en su mayoría, no tienen otra opción. La ciudad ha vuelto a la guerra y a la ciudad ha vuelto la guerra, tal vez no con las mismas proporciones que ha conocido, pero es el comienzo. Ninguna guerra empieza grande, todas tienen un origen en la base, en el pueblo y aquí el pueblo es el caldo de cultivo, el dinero del narcotráfico el combustible y la indiferencia del Estado la excusa... Lo que sigue es un baño de sangre a gran escala.