Por:
Víctor Sánchez Montoya
La
educación es la mejor plataforma de movilidad social. A lo largo de la
historia, las naciones se han desarrollado en torno al conocimiento y la
humanidad ha evolucionado gracias a que ha aplicado esos conocimientos en su
propio beneficio.
La
educación es un proceso continuo, permanente y transversal. Más allá del
aprendizaje formal (en las aulas), el ser humano está en un proceso de
constante adquisición de conocimientos, bien se trate de oficios, de formas
nuevas de hacer las cosas, de tecnología o de relacionarse con el entorno.
En
el ámbito formal, la educación como proceso asignado a las entidades
educativas, pasa por momentos importantes de la vida de las personas y alcanza
su punto máximo, cuando el sujeto es capaz de crear conocimiento nuevo. En este
proceso, una serie de elementos deben conjugarse para que la educación
evolucione, deje de ser solo una relación docente-aula-estudiante y se
convierta en generadora de cambios en la sociedad.
¿Cómo
lograrlo? La clave está en la correcta sincronización entre gestión-extensión –
docencia – investigación.
Partamos
de la base de que la educación debe ser coherente con el contexto. Esto implica
una relación transversal con todos los elementos que componen el entorno (tanto
en las aulas como en la sociedad). En ese orden de ideas, la educación debe ser
pertinente, relevante y oportuna.
Entonces,
el primer elemento que se debe tener en cuenta es el de la extensión, es decir,
el rol social de la universidad, su proyección a la comunidad y su relación con
el entorno para aplicar el conocimiento desarrollado en las aulas de
clase. La extensión implica (y necesita)
una adecuada comunicación y diálogo entre los estamentos universitarios y entre
la institución educativa y la sociedad.
Preparar
a los estudiantes (futuros profesionales) para su interacción con el mundo, es
tarea del segundo elemento constitutivo de la universidad: la docencia. Este
componente también es transversal y tiene responsabilidad compartida. No se
puede delegar en el maestro toda la responsabilidad sobre la adquisición del
conocimiento. Al contrario, el docente debe ser un mediador que lleve al
estudiante al descubrimiento de los saberes y a encontrar las soluciones para
la resolución de problemas (ya sean generales o específicos de ciertas áreas).
Así
mismo, conducir a los estudiantes a descubrir el conocimiento es una función de
la universidad que debe estar mediada por la investigación. Este elemento
implica la actualización de los saberes y la generación de conocimiento nuevo. El
eje de la educación superior debe ser la investigación, como forma de leer el
contexto, entender sus problemas y buscarles soluciones prácticas y aplicables.
Conjugar
y equilibrar estos elementos (extensión, docencia e investigación), requiere
una adecuada gestión educativa, que requiere planificación, establecimiento de
objetivos, reflexión sobre la forma de aprendizaje, interacción de la
universidad con la sociedad, proyección de la institución educativa en el medio
en el que opera y evaluación.
Sin
embargo, lo anteriormente expuesto no deja de ser un escenario ideal. Las
bondades serían evidentes si se aplicara de forma permanente, coordinada y
articulada. No hay duda de que si las instituciones de educación superior
implementaran modelos en los que cada curso fuera una oportunidad de
investigación y los resultados de estas a su vez, posibilidades de extensión,
la sociedad tendría múltiples oportunidades de resolver sus problemas y generar
nuevos desarrollos. No obstante, en la práctica es distinto. Los recursos
resultan insuficientes, los esfuerzos generalmente son aislados y la mayor
parte de las iniciativas de investigación terminan cuando el curso llega a su
fin y los estudiantes han obtenido su nota final.
¿Qué
hacer? Sin duda el panorama no es sencillo, las dificultades abundan y las
políticas estatales no son claras (ni serias). Pero hay que empezar. Tal vez
una buena estrategia sería implementar modelos de investigación transversales a
varios cursos y desarrollados por varias cohortes. Esto podría propiciar
procesos continuos que generen resultados aplicables al contexto (extensión) e
implicaría cambiar la forma de enseñar en las aulas (docencia), dejando de lado
el modelo de cursos individuales y aplicando una estrategia de enseñanza
colaborativa en la que los grupos, saberes y experiencias se conjuguen.
Mucho
debemos a las universidades y mucho podemos demandar de ellas todavía. En
síntesis, todos tenemos un rol dentro de la educación superior, que implica
docencia, investigación y extensión. La educación universitaria debe salir de
las aulas, leer el mundo real, proponer cambios en la sociedad, generar
conocimientos adecuados para atenderlos y aplicarlos. Hay una responsabilidad
compartida, a partir de responsabilidades individuales. La educación no se
detiene, pero necesita de iniciativa, apoyo y compromiso para evolucionar.